Buscando a nemo
Ayer en los congelados tuvimos una jornada de lo más estresante y sobre todo agotadora. Se puede decir que fui sin dormir ya que debido al dolor que tenía en las piernas no pude pegar ojo en toda la noche. Por la mañana cinco largas horas, dos de descanso que no dan para nada (tan solo a comer y poco más) y por la tarde otras cinco horas. Soy consciente de que no llevo bien un trabajo tan duro como es este. Hay que cargar cajas de gran peso de un lado para otro y con mucha rapidez y eso agota a cualquiera. Además no tienes un tiempo real para el descanso y lo que hacen todos es ir de vez en cuando al baño y estar allí un rato para recuperar fuerzas. Pero ayer casi no pudimos parar y lo peor es que mientras unos nos matábamos a trabajar otros no sólo no hacían nada sino que entorpecía lo que hacíamos y esto último era casi peor porque no podríamos salir de allí sin haber terminado de colocar todas las cajas. Al fin y al cabo es pescado congelado y no se puede esperar al día siguiente a acabarlo. Hay que clasificarlo cuanto antes y meterlo en las naves de frió porque si el pescado llegara a descongelarse acabaría por estropearse. Ya me habían dicho que era duro pero aún así no me lo quería creer demasiado ya que al fin y al cabo un trabajo es un trabajo y no se encuentra uno fácilmente (al menos yo). Pero al final han tenido razón y no lo he aguantado, pero como yo mucha otra gente.
Hoy por la mañana me desperté y cuando me iba a levantar no era capaz de ponerme de pie. No podía andar. Y evidentemente no he podido ir al trabajo. Me he pasado todo el día en casa intentado recurarme. Con el paso de las horas, a la vez que se mitigaba el dolor era capaz de andar con más soltura. Mis pasos eran cada vez más firmes y sin tener que apoyarme para poder mantener el equilibrio. Fue como si en un instante hubiera retrocedido veinticinco años y tuviera que aprender de nuevo a andar. Me sentí casi humillado por no haber sido capaz ni siquiera de aguantar una semana, aunque he de decir que no he sido el único que ha tirado la toalla. Hoy han fallado muchos e incluso estos dos días ha habido gente que se ha ido sin haber terminado la jornada laboral. Mi padre me decía por la noche que poco después de casarse con mi madre se enroló en un barco y pasó allí más de once meses. Trabajaban veintidós horas diarios, con lo que quedaban tan sólo dos para el descanso. “Una cárcel flotante”, me dijo. Y así es. Algo así es inhumano y no pretendo comparar ni mucho menos un trabajo con el otro, pero si ver como alguien como mi padre pudo aguantar tanto (que lo llevara mejor o peor es otra cosa) y que yo sea tan débil y que no aguante casi nada, y cuando digo yo también me refiero a los otros chicos que se decidieron ir a esa empresa en busca de un empleo. Ganar dinero de una forma más o menos rápida es lo que nos mueve. Y cuando ya hemos alcanzado nuestras aspiraciones monetarias o como en mi caso no tenemos más fuerzas para seguir es cuando lo dejamos. Y eso a la empresa le da un poco igual, en primer lugar porque tan sólo necesita empleados extra en algunas ocasiones puntuales y también porque sabe que siempre encontrará gente cuando lo necesite y que a pesar de ofrecer un sueldo ridículo (comparado con el trabajo que hay que hacer) la gente acudirá.
La parte positiva de todo esto, si es que algo bueno se puede sacar de esta historia, es la difícil situación laboral que nos toca vivir y aprender a valorar más lo difícil que es ganarse el dinero. Y sobre todo aprender a valorar más el esfuerzo de mis padres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario